22 enero, 2015

Inciso IV

Río.


Desperté y lo primero que noté fueron mis pies. Al principio me encontré descalzo, parado sobre el río, lugar en el cual amaba estar. El agua fluía sin parar entre cada uno de mis dedos generandome un delicado y hermoso cosquilleo, a su vez, podía sentirla en cada parte de mi ser. Lavé mi cara y respiré. El aire acariciando mis pulmones era en ese momento lo más cercano a la libertad que conocía.
De repente, al volver a notar mis pies, estos se hallaban envueltos por unas pesadas botas, vestía como se debe vestir cuando visita el invierno. Parado sobre el mismo río alcé mi vista y distinguí lo que sería mi cabaña. Alguien cálido me esperaba aunque nunca sabré bien, pero mi curiosidad se concentró rápidamente en el paisaje. Montañas que alguna vez se ocultaron tras lo verde eran ahora bañadas por la nieve. Cuando regresé al río era un tiempo diferente, cargaba un rifle y una latente ansiedad en mi pecho. Yo era el cazador. 
Podía diferenciarlo entre cinco o quizás miles y cuando lo hacia, puedo asegurar, reía... y lloraba desconsoladamente sin saber porqué, pero era feliz. Y ese momento era lo más cercano a la libertad que conocía. 
Una mañana disfrazada de blanco me despertó en un día diferente con miedos desconocidos sin poder distinguirme. Disparé. Pareciera que el Sol se hubiera vuelto escarlata, mientras lloraba desconsoladamente me esclavicé a mi dolor. 
Estaba obsesionado con la sensación que alguna vez sentí en mi pecho y viví para renacer en ese momento, fue entonces cuando decidí explorar la montaña. Escalé sin detenerme convencido de que allí encontraría. 
Mi búsqueda siempre fue mi libertad. Tras haberle fallado a mi amor, fue una flecha atravesando mi estómago lo que me alejó de mi traición, y encontré. 
Fui un cazador enamorado de un ciervo.

Enero, 2015


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